Se mordió los labios mientras las lágrimas amenazaban con
brotar. Mientras escribía lo que jamás quiso escribir. El pegamento de un
corazón roto que tarda en secar, extendido en párrafos de amargura. Palabras
que tuvieron que haberse dicho hace tanto, aunque tal vez sí se dijeran sin
convicción. Y pensó que no hay nada más amargo que un adiós a destiempo, pues
entre lo que se debió decir en su momento y lo que se expresa en unas líneas
marcadas por lo inevitable, hay dos comas y muchas palabras que nunca debieron
salir de los labios. Muchos sentimientos que debieron quedarse enterrados para
no perder su pureza y emponzoñarse con las lágrimas de la frustración.
Así pues le dijo adiós. Un adiós difícil y amargo, porque
dejaba atrás mucho cariño, muchas esperanzas y sueños. Con una sonrisa
agridulce por muchos hermosos recuerdos. Con tristeza, pero siendo consciente
de lo afortunado que había sido porque una hermosa persona había iluminado su
vida. Y deseó que el tiempo fuese generoso con el recuerdo que dejaba en su
memoria. Indulgente con los desatinos de un corazón enamorado.
Un adiós que quizá jamás llegaría a su destino. Un adiós
desnudo, expuesto a juicio. Si alguien lo encuentra por el camino, que sea
benevolente con él y lo absuelva...
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