El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

jueves, 31 de octubre de 2013

EL CAMPO DE CRISANTEMOS



            Caminaba errante por una tierra desconocida para él. Soportando las inclemencias que el universo le enviaba como un castigo a su osadía. Pues su férrea voluntad por regresar al lado de su amada era una ofensa para el destino que había dictado su sentencia hacía ya tanto tiempo.

            No había montaña lo suficientemente alta para entorpecer su marcha. Ni río lo bastante profundo que no pudiera vadearlo. Era tan obstinado en su empeño que desafiaba a la tormenta riendo como un loco.

            Pero aquella fe inquebrantable, aquella voluntad ingobernable, aquella obstinación por alcanzar su meta, eran también sus peores enemigos, pues llegó un momento en que sólo eso existía. El ansia por demostrar al destino que podía vencerlo con su sola determinación había borrado en él cualquier recuerdo de lo que motivaba a su espíritu luchador.

            Llegó a un prado con un hermoso lago de agua cristalina, y se paró para beber sediento. Su imagen se reflejó en la tranquila superficie como en un espejo. Y no reconoció a aquella persona que le devolvía la mirada. Demacrado, de ojos febriles en un rostro pálido como la nieve. ¿Quién era él? Sólo sabía que había algo que le impulsaba a seguir hacia adelante. Pero no podía recordar qué era.
           
            Y la locura se adueñó de su mente. Y gritó lleno de rabia porque al final el destino había ganado. Y las fuerzas abandonaron su decrépito cuerpo y cayó tendido en un lecho de flores en medio del prado. Y de sus ojos brotaron lágrimas por un deseo que ya no recordaba. Y mientras la vida le abandonaba por fin, tocó con sus manos una de aquellas flores tan bonitas que le rodeaban. Y recordó el nombre de aquellas flores. Y antes de morir, un vago recuerdo acudió a su mente. Abrazado a una bella mujer, sembrando un campo de semillas de crisantemos que ella cuidaría hasta su regreso.

            El cruel destino miró a su abatido enemigo, que yacía muerto en aquel hermoso prado multicolor, y por una sola vez se apiadó de él. Su cuerpo se consumía con rapidez pues hacía ya muchos años que debía haber muerto. Y el destino lo convirtió en semillas de crisantemo que soplando esparció a los cuatro vientos.
            Una anciana mujer se sentaba a la entrada de su casa, observado un huerto marchito, dónde en una ocasión crecieron hermosos los crisantemos que había plantado con su amado. Un fuerte viento la obligó a entrar en casa, donde sentada en una mecedora recordaba momentos felices de su vida. Y luego llegó la tormenta, y ella se metió en la cama. Y a la mañana siguiente, se asomó a la ventana sin creer lo que veían sus ojos. Aquel jardín marchito bullía de nuevo lleno de colores, cubierto totalmente de hermosos crisantemos. Y cuando ella se agachó para olerlos, supo sin dudarlo que él había vuelto.

miércoles, 30 de octubre de 2013

SÓLO UNA PERSONA MÁS



Una palabra por cada latido de un corazón. Una sonrisa por cada momento de felicidad. Una mirada triste que se torna en emoción por cada recuerdo. Da igual sentirse insignificante, invisible o solitario. No es alguien especial. Sólo una persona más. Que espera, que sueña, que vive en un breve instante un sentimiento que llena toda una vida.

Ahora se acurruca en un rincón y se vuelve muy pequeño. Intenta engañar a la vida. No está ahí, así que puedes pasar de largo y dejarle en paz un rato. Nadie lo va a notar. Entonces se levanta y mira alrededor. Nadie lo echa de menos. ¿Acaso merece la pena? Sabe la respuesta y sonríe. A veces necesita saber que no es un tonto.

Las lágrimas saben a sal y las sonrisas a algodón de azúcar. No se puede vivir del dulce toda una vida. Tiene que saborearlo todo para recordar que está vivo. Así que llora y ríe. Está loco, ¿quién lo puede entender? Quizás millones de personas… Recuerda: no eres especial. Sólo una persona más.

Soledad, aislamiento, desamparo. Una sala de espera repleta de gente. Coja su número y espere. Felicidad asegurada, satisfacción garantizada. Los mira a todos. Tienen una expresión que conoce bien. Mirada perdida y brillante. Gesto ausente. Demasiado igual a los demás. Mira su número. Estará allí un buen rato. Quizá toda una vida. Así que lo rompe y metiendo las manos en los bolsillos baja la cabeza y da media vuelta volviendo por donde ha venido.

Mira una imagen congelada. Una sonrisa de las que endulzan una vida. Cierra los ojos y la sigue viendo ahí. Pero no es una sonrisa para él. Es una sonrisa para el mundo. Y él es sólo una pequeña parte de ese mundo. Entonces intenta engañarse y piensa que es feliz. Pero no puede hacerlo. ¿Para qué mentirse así mismo? Él ya es feliz. Y vuelve a mirar aquella hermosa imagen. Y mientras se queda dormido empieza a soñar. Es alguien especial. No es sólo una persona más…



LA ESCULTURA



Cuando terminó su obra, el escultor dejó el cincel y el martillo y observó la escultura. Era lo más hermoso que había creado y se recreó en la visión de un sueño. Deseo que éste fuera real con todas sus fuerzas y por un breve momento pensó que podría conseguirlo. Pero pronto despertó a la realidad y comprendió que los sueños son sólo eso, sueños.

Pasaba el tiempo y aquel escultor se hacía famoso. Sus obras se vendían en las mejores galerías de arte, y su taller estaba repleto de nuevos encargos esperando ser finalizados.
Un buen día, le llamaron para que crease una escultura para un parque. Y fue allí para inspirarse y pensar en el tipo de escultura más adecuada para aquel sitio. Lo que vio allí fue un lugar hermoso, un pedazo de naturaleza virgen en el corazón de la jungla urbana, lleno de vida, de gente disfrutando de aquella maravilla, de niños correteando por todos lados, felices respirando aire puro. Y una hermosa fuente con chorros de agua cristalina esperaba impaciente ser coronada por el fruto de su inspiración.

Cuando regresó al taller decidió que no crearía ninguna escultura para aquel parque, puesto que aquella obra ya había sido creada. Entonces se dirigió hacia el rincón que había visitado todos los días durante los últimos años, y observó de nuevo con dulzura aquella escultura que con tanto amor y devoción había esculpido y comprendió que no había mejor lugar para ella.

La figura de una hermosa mujer tallada en piedra presidía una bella fuente, y todo el que pasaba por allí, año tras año, no podía evitar sobrecogerse por la belleza de aquella escultura, incluido un hombre solitario que todos los días la visitaba y pasaba horas observándola con amor sentado en un banco, soñando despierto.

Los años siguieron pasando, y el escultor era ya un anciano que pasaba sus últimos días enfermo y solitario en un hospital. Hacía ya tiempo que no visitaba a su querida escultura y languidecía triste en una cama.

Anochecía en el parque y los rayos de la luna iluminaban la escultura de una hermosa mujer sobre una fuente. Y como si aquella mágica luz hubiera obrado un milagro, la escultura de piedra se hizo carne, y una bella mujer bajó del pedestal y posó sus pies descalzos sobre la hierba saboreando la vida, aunque su semblante era triste. Entonces comenzó a andar.

Los primeros rayos de sol entraban por la habitación del hospital, mientras el anciano escultor sentía como la vida se le escapaba en un suspiro. Entonces notó el suave tacto de una delicada mano sobre su frente, y cuando abrió los ojos, allí estaba ella, tan hermosa como la había imaginado. Y la mujer le sonreía con amor y dulzura, y él comenzó a cerrar los ojos por última vez, despidiéndose de la vida de la forma más dulce que jamás pudo imaginar...