Una palabra por cada latido de
un corazón. Una sonrisa por cada momento de felicidad. Una mirada triste que se
torna en emoción por cada recuerdo. Da igual sentirse insignificante, invisible
o solitario. No es alguien especial. Sólo una persona más. Que espera, que
sueña, que vive en un breve instante un sentimiento que llena toda una vida.
Ahora se acurruca en un rincón
y se vuelve muy pequeño. Intenta engañar a la vida. No está ahí, así que puedes
pasar de largo y dejarle en paz un rato. Nadie lo va a notar. Entonces se
levanta y mira alrededor. Nadie lo echa de menos. ¿Acaso merece la pena? Sabe
la respuesta y sonríe. A veces necesita saber que no es un tonto.
Las lágrimas saben a sal y las
sonrisas a algodón de azúcar. No se puede vivir del dulce toda una vida. Tiene
que saborearlo todo para recordar que está vivo. Así que llora y ríe. Está
loco, ¿quién lo puede entender? Quizás millones de personas… Recuerda: no eres
especial. Sólo una persona más.
Soledad, aislamiento,
desamparo. Una sala de espera repleta de gente. Coja su número y espere.
Felicidad asegurada, satisfacción garantizada. Los mira a todos. Tienen una
expresión que conoce bien. Mirada perdida y brillante. Gesto ausente. Demasiado
igual a los demás. Mira su número. Estará allí un buen rato. Quizá toda una
vida. Así que lo rompe y metiendo las manos en los bolsillos baja la cabeza y
da media vuelta volviendo por donde ha venido.
Mira una imagen congelada. Una
sonrisa de las que endulzan una vida. Cierra los ojos y la sigue viendo ahí.
Pero no es una sonrisa para él. Es una sonrisa para el mundo. Y él es sólo una
pequeña parte de ese mundo. Entonces intenta engañarse y piensa que es feliz. Pero
no puede hacerlo. ¿Para qué mentirse así mismo? Él ya es feliz. Y vuelve a
mirar aquella hermosa imagen. Y mientras se queda dormido empieza a soñar. Es
alguien especial. No es sólo una persona más…
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