Cuando terminó su obra, el
escultor dejó el cincel y el martillo y observó la escultura. Era lo más
hermoso que había creado y se recreó en la visión de un sueño. Deseo que éste
fuera real con todas sus fuerzas y por un breve momento pensó que podría conseguirlo.
Pero pronto despertó a la realidad y comprendió que los sueños son sólo eso,
sueños.
Pasaba el tiempo y aquel
escultor se hacía famoso. Sus obras se vendían en las mejores galerías de arte,
y su taller estaba repleto de nuevos encargos esperando ser finalizados.
Un buen día, le llamaron para
que crease una escultura para un parque. Y fue allí para inspirarse y pensar en
el tipo de escultura más adecuada para aquel sitio. Lo que vio allí fue un
lugar hermoso, un pedazo de naturaleza virgen en el corazón de la jungla
urbana, lleno de vida, de gente disfrutando de aquella maravilla, de niños correteando
por todos lados, felices respirando aire puro. Y una hermosa fuente con chorros
de agua cristalina esperaba impaciente ser coronada por el fruto de su
inspiración.
Cuando regresó al taller
decidió que no crearía ninguna escultura para aquel parque, puesto que aquella
obra ya había sido creada. Entonces se dirigió hacia el rincón que había
visitado todos los días durante los últimos años, y observó de nuevo con
dulzura aquella escultura que con tanto amor y devoción había esculpido y
comprendió que no había mejor lugar para ella.
La figura de una hermosa mujer
tallada en piedra presidía una bella fuente, y todo el que pasaba por allí, año
tras año, no podía evitar sobrecogerse por la belleza de aquella escultura,
incluido un hombre solitario que todos los días la visitaba y pasaba horas
observándola con amor sentado en un banco, soñando despierto.
Los años siguieron pasando, y
el escultor era ya un anciano que pasaba sus últimos días enfermo y solitario
en un hospital. Hacía ya tiempo que no visitaba a su querida escultura y
languidecía triste en una cama.
Anochecía en el parque y los
rayos de la luna iluminaban la escultura de una hermosa mujer sobre una fuente.
Y como si aquella mágica luz hubiera obrado un milagro, la escultura de piedra
se hizo carne, y una bella mujer bajó del pedestal y posó sus pies descalzos
sobre la hierba saboreando la vida, aunque su semblante era triste. Entonces
comenzó a andar.
Los primeros rayos de sol
entraban por la habitación del hospital, mientras el anciano escultor sentía
como la vida se le escapaba en un suspiro. Entonces notó el suave tacto de una
delicada mano sobre su frente, y cuando abrió los ojos, allí estaba ella, tan
hermosa como la había imaginado. Y la mujer le sonreía con amor y dulzura, y él
comenzó a cerrar los ojos por última vez, despidiéndose de la vida de la forma
más dulce que jamás pudo imaginar...
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