Bla,
Bli y Blu, eran tres simpáticos monstruos que habitaban un cuento. Los tres
eran redondos como pelotas, con orejas puntiagudas como hojas de árbol, ojos
saltones como canicas y enormes bocas con un montón de dientes. Bla era de
color rojo, como las piruletas de fresa que tanto gustan a los niños, y siempre
estaba alegre, riendo por cualquier cosa. Bli era amarillo, como los limones con
los que se hace una estupenda limonada, y siempre estaba enfadado, refunfuñando
por todo. Blu era azul, como el color del mar que un niño pinta con sus lápices
de colores, y siempre estaba triste, suspirando al aire.
Los
tres eran blanditos y elásticos, y como no tenían piernas ni pies, iban de un
lado a otro rebotando en todo lo que encontraban a su paso. Hablaban de una
forma tan cómica, que muchas veces no se entendían entre ellos. Cuando esto
ocurría, Bla regañaba a Bli y a Blu. Bli se reía de Bla y de Blu. Y Blu… bueno,
Blu sólo suspiraba y pensaba que nadie le entendía.
Un buen
día Bla, decidió que quería conocer lo que había fuera de las hojas de papel de
aquel libro. Así que asomó primero uno de sus saltones ojos entre las páginas,
y luego asomó el otro. Y descubrió un mundo lleno de cosas donde podía rebotar.
Un mundo donde podía reír a carcajadas y hacer un montón de travesuras. Y con
un “¡boing!”, salió disparado de aquel libro, rebotando por las paredes del
salón de una casa cualquiera. Y después de rebotar, reír y romper todo lo que
se encontraba a su paso, descubrió una ventana abierta. Y a través de esa ventana
abierta, vio un mundo mucho más grande que aquel salón de una casa cualquiera.
Y con un “¡boing!” aún más grande salió disparado por aquella ventana…
Un
momento más tarde, un ojo saltón asomó entre las páginas del libro, y luego
asomó el otro. Y lo que vieron aquellos ojos no les gustó nada. Un mundo lleno
de cosas inútiles y sin sentido que sacarían de sus casillas a cualquiera. Aún
así, con un “¡boing!”, un pequeño y redondo monstruo amarillo salió disparado,
refunfuñando y llamando a Bla con insistencia.
—¡Contigo estoy muy enfadado!
¿Porqué del libro te has escapado? —dijo Bli muy enojado—. ¡Quiero que dentro
te vuelvas a meter, antes de que cuente hasta tres!
Y dio un salto, mientras contaba uno. Después dio otro
par mientras contaba dos. Y hasta tres veces saltó, pero nadie apareció. Sólo
un ojo que asomó entre las páginas del libro, y después otro. Dos ojos que
vieron un mundo lleno de cosas que le producirían aburrimiento y tristeza a
cualquiera. Pero aún así, con un “¡boing!”, un pequeño y redondo monstruo azul salió disparado
suspirando, pues quedarse solo en aquel libro le ponía muy triste. Entonces vio
a su amigo Bli dando un montón de saltos mientras contaba hasta veinte. Y luego
hasta treinta…
—Realmente me da igual, pero
¿por qué no haces más que saltar? —preguntó con desidia Blu que también se puso
a botar.
—¿Pero es que acaso no te has
enterado? ¡Nuestro amigo Bla del libro se ha escapado! —respondió Bli muy
enojado.
—En realidad si lo piensas
bien, del libro nosotros hemos escapado también… —dijo Blu mientras suspiraba
una y otra vez.
Bli le miró con cara de pocos amigos, y luego vio la
ventana abierta. Y a través de aquella ventana, un mundo lleno de cosas
ruidosas que le enojaban. Entonces comprendió que Bla se había marchado por
aquella ventana, y se enfadó aún más.
—¡Cuando lo agarre se va a
enterar! ¡Coge el libro Blu, que lo vamos a atrapar! —dijo Bli que no paraba de
gritar.
—Creo que el libro es demasiado
pesado. Ni siquiera entre los dos podríamos llevarlo —protestó Blu suspirando.
—Por una vez de daré la razón,
aunque eso me irrite un montón —dijo Bli que con un salto por la ventana se
marchó.
Y Blu, que a través de aquella ventana veía un mundo
lleno de cosas tristes que le harían suspirar, decidió seguir a su amigo. Pues
quedarse allí solo le apenaba.
Bli y Blu rebotaban por las calles, por las farolas y los
coches, sin saber muy bien dónde buscar, mientras los niños corrían detrás de
aquellas bolas tan divertidas y con aquellos colores tan vivos. Entonces se
pararon delante de una puerta, pues de su interior salían un montón de risas.
—¡Ya te pillamos bribón! ¡Ahora
mismo entro y te saco de un empujón! —dijo Bli creyendo escuchar a su amigo
guasón.
Al entrar vieron algo que les aterrorizó. Un montón de
niños se tiraban de un tobogán y caían en una piscina llena de bola de colores.
—¡Ay mi querido amigo! ¡Qué
triste final has tenido! —exclamó Blu realmente afligido.
—¡Esto es totalmente
indignante! ¡Pisoteado por un montón de infantes! —protestó Bli ante aquella
escena irritante.
Ambos se lanzaron al rescate de su amigo, pero por más
que buscaban sólo encontraron un montón de bolas de todos los colores, y más de
un empujón, patada y pisotón. Y salieron de aquella piscina, magullados y
cabizbajos.
—¡Esto sí que es un auténtico timo!
¡Un montón de bolas rojas y ninguna es nuestro amigo! —dijo Bli dando gritos.
Blu, en cambio, estaba tan triste que lo único que podía
hacer era suspirar. ¿Cómo encontrarían a Bla? Y en esto estaba pensando cuando
él y Bli escucharon un montón de gritos y risas a sus espaldas. Un grupo de
niños corrían hacia ellos, pues jamás habían visto dos bolas de colores que
saltasen y hablasen. Y con un grito de terror y un “¡boing!” bien grande, ambos
salieron disparados de aquel lugar.
Bli y Blu siguieron rebotando por las aceras, por los
bancos y por los árboles, sin saber muy bien dónde buscar, y llegaron a un gran
parque, lleno de las risas que tanto irritaban a Bli, y tan triste ponían a Blu.
Quizás alguna de aquellas risas perteneciera a su amigo Bla.
—¿Cómo vamos a encontrar a Bla,
si aquí todo el mundo ríe sin parar? —se lamentó Blu que estaba a punto de
llorar.
—¡En cuanto encuentre a ese
pillín, de un puntapié lo mando hasta Pe…! —protestó sin poder acabar la frase
Bli. Pues como atento no había estado, la rueda de una bicicleta lo dejó
planchado.
—¡Qué cruel es la vida! ¡Ahora
mi amigo parece una tortilla! —lloró Blu al ver a su amigo de aquella guisa.
—¡Deja de una vez de suspirar,
y tira de mis brazos a ver si me puedes levantar! —gritó Bli que no dejaba de
protestar.
Cuando Blu logró despegar del suelo a Bli, lo miró
fijamente. Y efectivamente parecía una tortilla amarilla con dos ojos. Y el
bueno de Blu, que se había pasado toda la vida suspirando, empezó a reírse a
carcajadas, rodando por el suelo y señalando a su amigo. Y Bli, que cada vez
estaba más y más enfadado, se fue hinchando más y más de mal humor, hasta que
volvió a ser redondo. Pero como Blu no dejaba de reír, él continuó inflándose.
Ya no era una tortilla ni una bola. Ahora era un auténtico globo, con dos ojos
saltones y dos orejas puntiagudas. Y tan hinchado estaba que se empezó a
elevar, mientras Blu, que volvía a ponerse triste pues no quería quedarse solo,
le cogió del brazo. Y ambos flotaron por el cielo…
Bli estaba tan enfadado, que no era capaz de decir nada.
Sólo podía dejarse llevar por su mal humor. Pero al cabo de un rato, flotar de
esa forma por el aire le pareció algo estupendo. Siempre se había quejado de
tener que ir rebotando para llegar a cualquier sitio, ¡pero volar por el aire
era genial!
—¿Puede ser esto felicidad? ¡Al
fin mi mal humor me hace disfrutar! —dijo Bli riendo sin parar.
—Yo creo que algo malo va a
pasar… No puede ser buena tanta felicidad —dijo Blu que se empezaba a lamentar.
Y como si hubiese adivinado lo que iba a pasar, se dio
cuento de que Bli se deshinchaba poco a poco, pues el mal humor le iba
abandonando. Y ambos cayeron y cayeron desde muy alto, rebotando contra el
suelo y volviéndose a elevar. ¿Pararían alguna vez de rebotar?
Al fin lograron parar poco a poco, y decidieron descansar
un rato. ¡No estaban acostumbrados a tantas emociones! Entonces escucharon una
risa muy familiar, que iba y venía de un lado a otro. Así que decidieron
investigar. Y vieron a dos niños que jugaban en la hierba con dos palas y una
pelota tan roja como una piruleta. Pero aquella no era una pelota cualquiera.
Era su amigo Bla, que no dejaba de soltar carcajadas mientras rebotaba de una
pala a otra. Los niños disfrutaban pues aquella pelota tan rara hacía curvas en
el aire, botaba varias veces en la misma pala, y no paraba de reír. Bli y Blu,
aliviados, corrieron hacia su amigo llamándole a voces, pero antes de que
pudiesen alcanzarlo, unas manos los atraparon. Y en un abrir y cerrar de ojos,
ellos también se encontraron rebotando de una pala a otra.
—¡Cuando te agarre te vas a
enterar! ¡Si tú supieras lo que nos has hecho pasar…! —gritaba Bli cuando se
cruzaba con Bla.
—¡Vaya mal rato que estoy
pasando! ¡Creo que empiezo a estar mareado! —decía Blu suspirando.
Y Bla no dejaba de reír. Y aunque no lo reconocieran Bli
y Blu también estaban disfrutando. Y cuando los niños dejaron las palas y se
fueron a merendar, los tres amigos juntos volvieron a estar. Bli y Blu le
contaron a Bla las aventuras que habían vivido hasta encontrarlo, y su amigo se
reía con ganas. Entonces Blu, con un suspiro, les dijo:
—De repente algo muy serio se
me ha ocurrido… ¿Alguno de vosotros sabe cómo volver al libro?
Los tres se miraron muy serios, y después de meditarlo un
rato, soltaron una gran carcajada. Y juntos se salieron disparados con un
“¡boing!” a seguir descubriendo aquel maravilloso mundo…
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