El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

domingo, 18 de marzo de 2018

BLA, BLI, BLU


Bla, Bli y Blu, eran tres simpáticos monstruos que habitaban un cuento. Los tres eran redondos como pelotas, con orejas puntiagudas como hojas de árbol, ojos saltones como canicas y enormes bocas con un montón de dientes. Bla era de color rojo, como las piruletas de fresa que tanto gustan a los niños, y siempre estaba alegre, riendo por cualquier cosa. Bli era amarillo, como los limones con los que se hace una estupenda limonada, y siempre estaba enfadado, refunfuñando por todo. Blu era azul, como el color del mar que un niño pinta con sus lápices de colores, y siempre estaba triste, suspirando al aire.

Los tres eran blanditos y elásticos, y como no tenían piernas ni pies, iban de un lado a otro rebotando en todo lo que encontraban a su paso. Hablaban de una forma tan cómica, que muchas veces no se entendían entre ellos. Cuando esto ocurría, Bla regañaba a Bli y a Blu. Bli se reía de Bla y de Blu. Y Blu… bueno, Blu sólo suspiraba y pensaba que nadie le entendía.

Un buen día Bla, decidió que quería conocer lo que había fuera de las hojas de papel de aquel libro. Así que asomó primero uno de sus saltones ojos entre las páginas, y luego asomó el otro. Y descubrió un mundo lleno de cosas donde podía rebotar. Un mundo donde podía reír a carcajadas y hacer un montón de travesuras. Y con un “¡boing!”, salió disparado de aquel libro, rebotando por las paredes del salón de una casa cualquiera. Y después de rebotar, reír y romper todo lo que se encontraba a su paso, descubrió una ventana abierta. Y a través de esa ventana abierta, vio un mundo mucho más grande que aquel salón de una casa cualquiera. Y con un “¡boing!” aún más grande salió disparado por aquella ventana…

Un momento más tarde, un ojo saltón asomó entre las páginas del libro, y luego asomó el otro. Y lo que vieron aquellos ojos no les gustó nada. Un mundo lleno de cosas inútiles y sin sentido que sacarían de sus casillas a cualquiera. Aún así, con un “¡boing!”, un pequeño y redondo monstruo amarillo salió disparado, refunfuñando y llamando a Bla con insistencia.



—¡Contigo estoy muy enfadado! ¿Porqué del libro te has escapado? —dijo Bli muy enojado—. ¡Quiero que dentro te vuelvas a meter, antes de que cuente hasta tres!

            Y dio un salto, mientras contaba uno. Después dio otro par mientras contaba dos. Y hasta tres veces saltó, pero nadie apareció. Sólo un ojo que asomó entre las páginas del libro, y después otro. Dos ojos que vieron un mundo lleno de cosas que le producirían aburrimiento y tristeza a cualquiera. Pero aún así, con un “¡boing!”, un pequeño  y redondo monstruo azul salió disparado suspirando, pues quedarse solo en aquel libro le ponía muy triste. Entonces vio a su amigo Bli dando un montón de saltos mientras contaba hasta veinte. Y luego hasta treinta…

—Realmente me da igual, pero ¿por qué no haces más que saltar? —preguntó con desidia Blu que también se puso a botar.

—¿Pero es que acaso no te has enterado? ¡Nuestro amigo Bla del libro se ha escapado! —respondió Bli muy enojado.

—En realidad si lo piensas bien, del libro nosotros hemos escapado también… —dijo Blu mientras suspiraba una y otra vez.

            Bli le miró con cara de pocos amigos, y luego vio la ventana abierta. Y a través de aquella ventana, un mundo lleno de cosas ruidosas que le enojaban. Entonces comprendió que Bla se había marchado por aquella ventana, y se enfadó aún más.

—¡Cuando lo agarre se va a enterar! ¡Coge el libro Blu, que lo vamos a atrapar! —dijo Bli que no paraba de gritar.

—Creo que el libro es demasiado pesado. Ni siquiera entre los dos podríamos llevarlo —protestó Blu suspirando.

—Por una vez de daré la razón, aunque eso me irrite un montón —dijo Bli que con un salto por la ventana se marchó.

            Y Blu, que a través de aquella ventana veía un mundo lleno de cosas tristes que le harían suspirar, decidió seguir a su amigo. Pues quedarse allí solo le apenaba.



            Bli y Blu rebotaban por las calles, por las farolas y los coches, sin saber muy bien dónde buscar, mientras los niños corrían detrás de aquellas bolas tan divertidas y con aquellos colores tan vivos. Entonces se pararon delante de una puerta, pues de su interior salían un montón de risas.

—¡Ya te pillamos bribón! ¡Ahora mismo entro y te saco de un empujón! —dijo Bli creyendo escuchar a su amigo guasón.

            Al entrar vieron algo que les aterrorizó. Un montón de niños se tiraban de un tobogán y caían en una piscina llena de bola de colores.

—¡Ay mi querido amigo! ¡Qué triste final has tenido! —exclamó Blu realmente afligido.

—¡Esto es totalmente indignante! ¡Pisoteado por un montón de infantes! —protestó Bli ante aquella escena irritante.

            Ambos se lanzaron al rescate de su amigo, pero por más que buscaban sólo encontraron un montón de bolas de todos los colores, y más de un empujón, patada y pisotón. Y salieron de aquella piscina, magullados y cabizbajos.

—¡Esto sí que es un auténtico timo! ¡Un montón de bolas rojas y ninguna es nuestro amigo! —dijo Bli dando gritos.

            Blu, en cambio, estaba tan triste que lo único que podía hacer era suspirar. ¿Cómo encontrarían a Bla? Y en esto estaba pensando cuando él y Bli escucharon un montón de gritos y risas a sus espaldas. Un grupo de niños corrían hacia ellos, pues jamás habían visto dos bolas de colores que saltasen y hablasen. Y con un grito de terror y un “¡boing!” bien grande, ambos salieron disparados de aquel lugar.

            Bli y Blu siguieron rebotando por las aceras, por los bancos y por los árboles, sin saber muy bien dónde buscar, y llegaron a un gran parque, lleno de las risas que tanto irritaban a Bli, y tan triste ponían a Blu. Quizás alguna de aquellas risas perteneciera a su amigo Bla.

—¿Cómo vamos a encontrar a Bla, si aquí todo el mundo ríe sin parar? —se lamentó Blu que estaba a punto de llorar.

—¡En cuanto encuentre a ese pillín, de un puntapié lo mando hasta Pe…! —protestó sin poder acabar la frase Bli. Pues como atento no había estado, la rueda de una bicicleta lo dejó planchado.

—¡Qué cruel es la vida! ¡Ahora mi amigo parece una tortilla! —lloró Blu al ver a su amigo de aquella guisa.

—¡Deja de una vez de suspirar, y tira de mis brazos a ver si me puedes levantar! —gritó Bli que no dejaba de protestar.

            Cuando Blu logró despegar del suelo a Bli, lo miró fijamente. Y efectivamente parecía una tortilla amarilla con dos ojos. Y el bueno de Blu, que se había pasado toda la vida suspirando, empezó a reírse a carcajadas, rodando por el suelo y señalando a su amigo. Y Bli, que cada vez estaba más y más enfadado, se fue hinchando más y más de mal humor, hasta que volvió a ser redondo. Pero como Blu no dejaba de reír, él continuó inflándose. Ya no era una tortilla ni una bola. Ahora era un auténtico globo, con dos ojos saltones y dos orejas puntiagudas. Y tan hinchado estaba que se empezó a elevar, mientras Blu, que volvía a ponerse triste pues no quería quedarse solo, le cogió del brazo. Y ambos flotaron por el cielo…

            Bli estaba tan enfadado, que no era capaz de decir nada. Sólo podía dejarse llevar por su mal humor. Pero al cabo de un rato, flotar de esa forma por el aire le pareció algo estupendo. Siempre se había quejado de tener que ir rebotando para llegar a cualquier sitio, ¡pero volar por el aire era genial!

—¿Puede ser esto felicidad? ¡Al fin mi mal humor me hace disfrutar! —dijo Bli riendo sin parar.

—Yo creo que algo malo va a pasar… No puede ser buena tanta felicidad —dijo Blu que se empezaba a lamentar.

            Y como si hubiese adivinado lo que iba a pasar, se dio cuento de que Bli se deshinchaba poco a poco, pues el mal humor le iba abandonando. Y ambos cayeron y cayeron desde muy alto, rebotando contra el suelo y volviéndose a elevar. ¿Pararían alguna vez de rebotar?

            Al fin lograron parar poco a poco, y decidieron descansar un rato. ¡No estaban acostumbrados a tantas emociones! Entonces escucharon una risa muy familiar, que iba y venía de un lado a otro. Así que decidieron investigar. Y vieron a dos niños que jugaban en la hierba con dos palas y una pelota tan roja como una piruleta. Pero aquella no era una pelota cualquiera. Era su amigo Bla, que no dejaba de soltar carcajadas mientras rebotaba de una pala a otra. Los niños disfrutaban pues aquella pelota tan rara hacía curvas en el aire, botaba varias veces en la misma pala, y no paraba de reír. Bli y Blu, aliviados, corrieron hacia su amigo llamándole a voces, pero antes de que pudiesen alcanzarlo, unas manos los atraparon. Y en un abrir y cerrar de ojos, ellos también se encontraron rebotando de una pala a otra.

—¡Cuando te agarre te vas a enterar! ¡Si tú supieras lo que nos has hecho pasar…! —gritaba Bli cuando se cruzaba con Bla.

—¡Vaya mal rato que estoy pasando! ¡Creo que empiezo a estar mareado! —decía Blu suspirando.

            Y Bla no dejaba de reír. Y aunque no lo reconocieran Bli y Blu también estaban disfrutando. Y cuando los niños dejaron las palas y se fueron a merendar, los tres amigos juntos volvieron a estar. Bli y Blu le contaron a Bla las aventuras que habían vivido hasta encontrarlo, y su amigo se reía con ganas. Entonces Blu, con un suspiro, les dijo:

—De repente algo muy serio se me ha ocurrido… ¿Alguno de vosotros sabe cómo volver al libro?

            Los tres se miraron muy serios, y después de meditarlo un rato, soltaron una gran carcajada. Y juntos se salieron disparados con un “¡boing!” a seguir descubriendo aquel maravilloso mundo…


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