Celeste una diminuta niña era,
tan pequeña que vivía en un coco, justo debajo de una palmera, con sus cabellos
de color del oro.
Por las mañanas se asomaba por
un agujerito, que una gaviota le había hecho a su casa, para que viera el mar
que era muy bonito, y la brisa su carita acariciara.
Tenía los ojos del color del
mar, y una sonrisa blanca como la espuma. Una alegría que le gustaba regalar, y
una inteligencia en la que no cabían dudas.
Miraba al océano con sus ojos
soñadores, imaginando que algún día viviría una aventura. Y se pasaba todo el
día oteando el horizonte, usando como catalejo una gota de lluvia.
Un buen día una terrible
tempestad, su pequeña isla con violencia azotó. Los truenos atronaban todo el
rato sin cesar, y una gran ola hasta su palmera llegó.
Se llevó su pequeña casa mar
adentro, y en su interior Celeste no dejaba de rodar. Subía y baja en la ola en
un momento, y temía que de agua el coco se fuera a llenar.
Pero de pronto cesó aquella
tormenta, y la mar rápidamente se quedó en calma. El coco aún flotaba pues no
tenía ni una grieta, y Celeste se quedó dormida pues estaba muy cansada.
Cuando el sol de la mañana
entró por el agujerito, la niña se asomó para respirar aire fresco. Entonces
vio flotando en el mar a un pequeño animalito, que luchaba por no hundirse en
el agua sin remedio.
Se trataba de una pequeña
araña, a la que el viento había arrastrado. Movía sin cesar sus ocho patas,
porque de otro modo se hubiera ahogado.
Celeste arrancó un pelo de la
cáscara del coco, y se lo acercó a la araña como si fuese una liana. Ésta subió
por ella tardando muy poco, llegando hasta arriba sana y salva.
Cuando entró por el agujero del
coco, Celeste retrocedió muy asustada, pues le daban miedo sus ocho ojos, y también sus ocho peludas
patas.
Pero la araña le dijo que
estuviera tranquila, ya que no pensaba hacerle nada. Pues había salvado su
vida, y además era vegetariana.
Celeste le dio un poco de
fruta, que quedaba aún en su casa. Y la pequeña araña peluda, por aquella
comida le dio las gracias.
Vivía en la palmera sobre el
coco de Celeste. Era muy coqueta y se llamaba Irene. Se puso a tejer con su
tela muy alegre, y le hizo a la niña un bonito suéter.
Muy pronto se hicieron muy
amigas, continuando por el mar su travesía. Y Celeste cada día la encontraba
más bonita, con sus ocho ojos negros y sus ocho peludas patitas.
Un buen día que la mar estaba
en calma, un enorme tiburón salió de la nada. De un bocado se zampó la pequeña
casa, con las dos amigas que estaban muy asustadas.
Dentro de su estómago estaba
muy oscuro, y olía todo bastante mal. Pero por suerte el tiburón era muy bruto,
y se las había comido sin masticar.
El tiburón se acercó a un
barco, que tenía una sirena en la proa. Esperó a ver si caía algún bocado, pero
una enorme mano le cogió por la cola.
Se trataba de un pirata de
barba gris, aunque su tripulación le llamaba Barba Roja. Y no paraba ni un
momento de reír, mientras zarandeaba al tiburón como si fuera una hoja.
“Al
fin di contigo pillastre, aunque he tardado un buen rato. Y te aseguro que te
voy a dejar para el arrastre, como no me devuelvas mi pata de palo”
El tiburón que ya estaba mareado,
escupió la pata de palo sin dudar. Y también el coco que se había tragado, que enseguida
echó a rodar.
El pirata Barba Roja muy lejos
lanzó al tiburón, que de miedo estaba temblando. Y en un instante se alejó,
hacia el horizonte nadando.
Celeste salió del coco montada
en la araña, escondiéndose enseguida detrás de un barril. Y escuchó como la
tripulación cantaba, la canción de un pirata muy feliz.
“Le
llamaban el pirata Barba Roja, aunque el tiempo se la tiñó de gris. Ten cuidado
por si se enoja, pues de un puntapié te mandará a Pekín…”
Todos los piratas eran muy
viejos, y llevaban mucho tiempo en alta mar. Hablaban con nostalgia de sus
nietos, y de vez en cuando alguno se echaba a llorar.
A Celeste se le ocurrió una
idea, que a Irene en seguida le contó. La araña lanzó pronto su tela, y al
hombro de Barba Roja se subió.
El pirata Barba Roja en su
camarote se metió, y se puso a mirar un cuadro con cariño, que un buen día en
la pared colgó, en el que había una mujer y un niño.
Una lagrimita rodó por su
mejilla, pues se trataban de su hija y su nieto. A los que soñaba ver algún
día, aunque alargaba cada día más el momento.
Celeste y la araña se
escondieron en su gris melena, y aguardaron hasta que éste se metió en la cama.
Cuando se durmió la niña le habló en la oreja, con una voz muy dulce y clara.
“Escucha
bien lo que te digo Barba Roja, pues soy la voz de tu conciencia. Es mi
obligación explicarte una cosa, si para escucharla tienes suficiente paciencia.
Hay
cosas más importantes en esta vida, que todas las riquezas que has robado. El
amor de tu nieto y tu hija, es sin duda para ti lo más preciado
Así
pues coge todos tus tesoros, y cámbialos sin dudarlo por juguetes. Con tu tripulación
repártelos todos, y para volver a vuestra casa no esperes”
Barba Roja pensó que había
tenido una gran idea, cuando por la mañana se la contó a su tripulación. Cuando
la escucharon creyeron que era buena, y se pusieron a saltar de emoción
Pusieron rumbo a un pueblo de
gran pobreza, cuyas gentes hacían bonitos juguetes. Y cuando se los cambiaron
por todas las riquezas, se pusieron todos muy alegres.
Aquellos ancianos piratas
desembarcaron, cargados con un montón de regalos. Con sus nietos al fin se
encontraron, y con mucho cariño los abrazaron.
Celeste miraba todo aquello muy
feliz, y decidió por fin abandonar su escondrijo. Pero antes de que con Irene
pudiera partir, se dio cuenta que una gran mano la había cogido.
“Ya
veo que eres una niña muy lista, aunque muy diminuta seas. Y si crees que me
has engañado a mi me da la risa, porque yo soy más listo aunque no lo creas
Pero
he de reconocer sin ninguna vergüenza, que me caes muy bien por lo que has
hecho. Pues has tenido una hermosa idea, que ha hecho muy feliz a este viejo”
Y Celeste e Irene se fueron con
él a su hogar, y vivieron con su familia en una casa de muñecas. Y por las
mañanas juntas salían a pasear, viviendo una vida en la que no había tristeza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario