El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

lunes, 2 de febrero de 2015

PERDEDOR, FRACASADO Y VENCIDO



Miraba al viejo columnista, que apuraba un vaso de whisky barato como quien realiza una cata de un exquisito tinto, con la escéptica curiosidad del que mira una hamburguesa del McDonald, sabiendo que aquello no es una hamburguesa de verdad. Todo el mundo apreciaba a aquel hombre que siempre tenía una buena crítica para un mal chiste. Pero yo le admiraba por muchas otras cosas.
Llevaba toda la vida trabajando en aquel periódico, y muchos dicen que en sus buenos tiempos era capaz de convertir en una auténtica obra de literatura, un artículo sobre la inauguración de un nuevo vertedero. Actualmente escribía el horóscopo del día de una forma tan optimista que acababas convenciéndote de que una conjunción planetaria conseguiría que acabases tus días bebiendo una copa al lado del mar junto alguna hermosa mujer, después de aparcar tu enorme yate en el puerto.
Yo en cambio era un pobre aprendiz de escritor que había malgastado la mayor parte de su vida echándole la culpa a los demás de su fracaso. Esperando de alguna editorial, una carta o una llamada que jamás vendría. Mientras tanto, ahogaba mi frustración en lacónicas crónicas deportivas, en las que nunca quedaba claro si el equipo local había logrado la victoria o había acabado haciendo el ridículo más absoluto.
Aquella era una de esas noches en las que el único ruido que escuchas es el de tus propios pensamientos, que martillean tu cerebro enmudeciendo el bullicio de la vida que te rodea, y que no se para a consolarte. Él debió darse cuenta de mi evasión sensorial, o quizá escuchó alguno de aquellos pensamientos que se elevaban hasta el techo como el humo de un cigarrillo.
—Perdedor, fracasado y vencido —dijo el viejo columnista, con aquella mirada perdida del que está recordando algo.
—¿A qué te refieres? —pregunté saliendo de mis propios pensamientos como si una mano invisible me hubiese zarandeado.
—No “qué”, sino “quién” —continuó con el mismo aire ausente, como aquel que no habla con nadie más que con él mismo.
            Esa era la forma en la que empezaba aquellas diatribas que yo tanto apreciaba. Aquellas reflexiones que hacen daño, no porque se digan a mala conciencia, sino porque te sacuden con el único objetivo de despertarte antes de que la marea de tus propios llantos te arrastre hasta las profundidades de la absoluta desolación.
            Yo me quedé callado, sin estar muy seguro de querer ser rescatado de mi propia angustia. Pero él también me imitó. “Puto viejo”, pensé antes de rendirme en aquel juego y ceder en mi mutismo…
—Perdedor, fracasado y vencido… —repetí simulando valorar aquellos calificativos—. ¿Es eso lo que piensas de mí?
—Bueno, en realidad aún no se qué pensar sobre ti —respondió clavando una inquisidora mirada sobre mí—. Aún no sé cuál de esas tres personas eres.
—¿Tanta diferencia hay? —le reproché.
—Más de las que crees —contestó impasible.
—Ilústrame…
“El perdedor, siempre busca nuevos retos y también nuevas excusas para fracasar en ellos. No le interesa tener éxito en su empeño. Antes de empezar, ya ha perdido. Y tendrá mil y una justificaciones para explicar su derrota. Tiene miedo al compromiso. Al compromiso con el éxito… Y dentro de su propia y artificial frustración, se siente feliz. Y de una extraña y enrevesada manera, se le puede considerar un ganador, pues al final obtiene lo que busca…
El fracasado, en cambio, busca cumplir sus anhelos y sus sueños, pero aún no sabe cómo lograrlos. Cada nuevo fracaso es una nueva experiencia vital para él. Puede que en algún momento se regodee en su propia tristeza, pero acabará luchando por conseguir aquello que quizá aún no sabe lo que es. Es el arquetipo del luchador, el inconformista que siempre se lo está replanteando todo. Pero incluso él puede sucumbir a su frustración, dándose cuenta de que lo más cómodo es convertirse en un perdedor…
El vencido es aquel que ya no busca nuevos retos. Ya no tiene interés en alcanzar imposibles ni en luchar contra molinos de viento. Ha perdido esa inquietud. Ha alcanzado alguno de sus objetivos, y se ha convertido en una persona conformista. Ahora sus metas son más sencillas y más asequibles. Pero en algún momento un cosquilleo en el estómago le hará mirar hacia atrás con nostalgia, y preguntarse cómo habría sido si…”

            Me quedé callado, masticando las palabras que acababa de escuchar. Intentando decidir si se trataban de un delicado aperitivo, un sustancial segundo plato, o un postre contundente. El rió con ganas ante mi desconcierto, y me dijo que no le tomara mucho en serio, pues cuando se llega a cierta etapa de la vida, la gente se cree con la suficiente sabiduría como para regalar un poco de filosofía de baratillo.
—¿Qué tipo de persona eres tú? —le pregunté, casi a bocajarro, mientras se ponía el abrigo y dejaba un billete de veinte en la barra.
—Del tipo de persona que tiene que irse a escribir sobre el destino de las personas en la sección del horóscopo de un diario local… —dijo encogiéndose de hombros y sonriéndome con afecto.
            Y antes de salir por la puerta del establecimiento, se dio la vuelta y me preguntó: “¿Y tú? ¿Qué clase de persona crees que eres?”


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