Se estiraba perezosa en un lecho de rosas blancas.
Bostezaba, remoloneando y se giraba cerrando los ojos. Aún era muy pronto. Los
rayos de sol bañaron su piel de porcelana, tan suave, tan brillante. El día la
invitaba a levantarse. Al fin se irguió orgullosa, consciente de su poder.
Miraba traviesa, jugueteando con sus negros cabellos, como
una niña caprichosa acostumbrada a obtener lo que quiere. A ser el centro de
todas las miradas. Miró lo que le rodeaba desde lo alto de su montaña mientras
la brisa movía sus cabellos. Y sólo cubría su cuerpo un halo de deseo capaz de
arrancar a los hombres los más bajos instintos, las más altas aspiraciones.
Se dejó llevar por el viento, etérea como las nubes,
transparente como el hielo de su mirada. Tan fría pero al mismo tiempo capaz de
derretirse por la devoción que inspiraba. Volaba como una mariposa,
deteniéndose en la flor del sentimiento de consagrados poetas dueños de las más
hermosas rimas, de pobres aprendices de escritor, que torpemente destrozaban
las estrofas, de pintores capaces de robar al tiempo la belleza de una sonrisa.
Coqueteaba con todos ellos, adulándolos, jugando con sus deseos. Y ellos la
correspondían con las más bellas creaciones que inflamaban su espíritu
veleidoso.
Y henchida de tantas atenciones, de tantas ilusiones que con
su indiferencia frustraba, reemprendía su viaje para hacer una última parada.
Un joven escritor que impotente luchaba contra su mediocridad. Ella lo
torturaba cruel, haciéndole creer que era capaz de escribir hermosas historias.
Se movía a su alrededor juguetona, traviesa, soplando
suavemente en su oído, besando tentadora sus mejillas, removiendo dulcemente su
pelo con las manos. Más aquel joven se hallaba enfrascado en sus propias
tribulaciones, y ella reconoció en sus ojos aquella mirada. La que tienen
aquellos que sueñan, que sienten, que aman. Y muerta de celos decidió seguir la
estela de sus ensoñaciones y entonces la vio. Vio su rostro hermoso, su sonrisa
cálida, su mirada dulce y su pasión. Y se sintió derrotada como jamás lo había
sido.
Volvió cabizbaja, como una niña a la que quitan su juguete
preferido, al lado de aquel joven escritor. Y echó un vistazo al producto de su
inspiración. Una bella historia sin duda alguna que derritió su frío corazón. Y
le miró con ternura pues recordó en un momento lo que jamás debió haber
olvidado. Y con su mano tocó el corazón y el espíritu de aquel joven. Y de sus
sueños extrajo aquellos maravillosos sentimientos que le inspirarían las más
hermosas palabras…
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