Acarició con dulzura la madera,
dejando que las yemas de sus dedos siguieran su veta. Aquella superficie lisa
latía en su interior, le hablaba, le contaba una historia. Y aquella sensación
le subía por todo el cuerpo y le llegaba al corazón.
Dejó que aquel sentimiento
guiase sus manos. Cada viruta de madera que se desprendía era un misterio menos
que desentrañar, un velo menos que despojar de ese sentimiento que a veces
debía mantener encerrado.
Pero ahora, un recuerdo
hermoso, dulce e inocente, inspiraba su dedicado trabajo y le confería la
habilidad suficiente para superar con facilidad cualquier obstáculo, cualquier
reto. Como siempre había ocurrido.
Y cuando terminó, pensó que
algún día ella lo vería. Y al acariciar con dulzura la madera, dejando que las
yemas de sus dedos recorrieran el motivo tallado en la misma, ésta le hablaría.
Le diría la dulzura y el cariño que habían guiado unas manos que habrían
tallado una auténtica historia para ella.
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