Andaba sin rumbo fijo, absorto en sus propios
pensamientos, ignorando la frondosa vegetación mecida por una indulgente brisa.
Cualquiera que lo viera lo confundiría con un paseante admirando la
majestuosidad del paisaje, con su andar lento y sus manos entrecruzadas a la
espalda. Pero su vista no se deleitaba con aquellos árboles milenarios ni con
la mullida alfombra verde que acogía sus pasos. Más bien andaba perdida en un horizonte
de elucubraciones y negros presagios.
De vez en cuando se paraba en algún claro y aprovechaba
un viejo tronco cubierto de musgo como asiento. Entonces sacaba una libreta de
un bolsillo de su cazadora y escribía un par de líneas, a veces sin sentido,
que repasaba una y otra vez intentando buscarles significado. En la mayoría de
los casos se levantaba taciturno y mirando en derredor, elegía el sendero más
oscuro y lúgubre para continuar su lenta y silenciosa peregrinación.
La cada vez más enmarañada vegetación dificultaba su
avance y pronto tuvo que concentrar toda su atención para poder abrirse paso.
Sabía perfectamente que el sol se encontraba en algún punto allá arriba, pues
faltaba poco para el medio día, pero la densa maleza prácticamente impedía el
paso de la luz provocando una desasosegadora semipenumbra. Una presión crecía
en su pecho mientras un sentimiento irracional llamado miedo se adueñaba de él.
Magullado y exhausto logró llegar a un alto pedregoso, donde
al fin pudo coger resuello mientras se doblaba apoyando las manos sobre sus
rodillas. La luz de una fría luna fuera de lugar, bañaba su figura dándole el
aspecto de actor principal de una obra dramática en un auditorio repleto de una
audiencia silenciosa, retorcida y amenazante que lo envolvía en un círculo cada
vez más cerrado.
Se dejó caer de forma pesada sobre una peña erosionada en
forma de rústico trono y palpándose de forma nerviosa su cazadora logró
encontrar su libreta y aferrándola con ambas manos logró tranquilizarse lo
justo para volver a escribir con pulso tembloroso, mientras cientos de raíces
envolvían su cuerpo conformando un perfecto féretro de una naturaleza ancestral.
El excursionista posó la mochila sobre un mullido lecho
de hojas húmedas y se apoyó en una gran raíz informe, mientras echaba un trago
de su bebida isotónica. Observaba con satisfacción el paisaje que lo rodeaba,
aquella vegetación salvaje sin rastro alguno de civilización. Se sentía como un
explorador que había alcanzado aquel territorio virgen con el que sueña toda
una vida. Y deleitó su vista con el verde esplendor que lo acogía.
Sin embargo toda su atención se centró en un brillante
objeto que apenas sobresalía entre el enmarañado conjunto de raíces sobre el
cual se apoyaba, y entre sorprendido y decepcionado recuperó con un ligero
tirón una libreta perfectamente conservada con un bolígrafo enganchado a través
de sus anillas. Y con creciente curiosidad comenzó a leer las titubeantes
palabras del último párrafo.
“Cruel e inalcanzable, el deseo nos guía por un sendero
de densas y retorcidas ideas que nos aparta del camino del conocimiento y la
razón, sumiéndonos en un aterrador abismo de frustraciones e inseguridades”. Y
mientras leía dichas líneas, el excursionista se fue adentrando en la densidad
del bosque sin más equipo que aquella libreta, un bolígrafo y una inquietud
creciendo en su corazón.
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