En la mayoría de las ocasiones gustaba
de saborear relajadamente un trago de buen whisky escocés, pero aquella noche
parecía no hacer mucho caso al vaso que sostenía distraídamente en su mano derecha.
Sus pensamientos volaban lejos de aquel tugurio de la Avenida West End. ¡Qué
diablos! No todos los días se mata a alguien.
No solía aceptar ese tipo de trabajos,
pero la depresión económica que sufría el país obligaba a mucha gente a adoptar
medidas extremas frente a la crisis. Por eso, cuando el viejo le ofreció vengar
en su nombre la afrenta cometida a cambio de un jugoso fajo de billetes, venció
rápidamente sus escrúpulos, mientras su cliente reía entre dientes. “Todo el mundo tiene un precio, y si la
oferta es buena, siempre hay alguien dispuesto a mancharse las manos en lugar
de otro”. Y lo dijo sin mostrar ningún tipo de emoción, mirando de soslayo
las fotografías por las que había pagado.
Mientras caminaba por el boulevard sus
tripas protestaron por la estricta y obligada dieta impuesta a la fuerza
durante tanto tiempo, y como si trata de aplacarlas tamborileó con los dedos en
el estómago prometiéndose a sí mismo que después de terminar el trabajo
disfrutaría de una cena copiosa en la cafetería de Marie.
La lluvia caía a plomo sobre la ciudad
y deseó tener una buena gabardina que le protegiese algo de la tormenta.
Inclinó hacia adelante el ala del sombrero para resguardarse de las cientos de
agujas que el viento le lanzaba a los ojos por lo que su mirada se centró en
sus zapatos, viejos, gastados, en los que la entresuela comenzaba a
despegarse. Al introducir la mano derecha en el bolsillo de su americana sintió
el frío tacto del revólver del calibre 22, un arma corta fácil de ocultar, y un
escalofrío recorrió su espalda, lo que le hizo subir instintivamente el cuello
de la americana.
El pequeño hotel había conocido tiempos
mejores y ni el diluvio universal sería capaz de arrancar toda la podredumbre
que se había instalado en su fachada. Localizó la ventana de la tercera planta,
cuya luz estaba encendida. Una silueta se movía inquieta, anhelante y pensó que
ese mohíno edificio era perfecto para cierto tipo de encuentros a altas horas
de la noche.
El
conserje del hotel parecía estar más ocupado en el combate de boxeo entre
Braddock y Baer que radiaban aquella noche, que en prestar atención a cualquier
cliente que asomase por la puerta. Mientras atravesaba discretamente el pequeño
hall de entrada, una idea daba vueltas en su cabeza: “Todo el mundo tiene un precio, y si la oferta es buena, siempre hay
alguien dispuesto a mancharse las manos en lugar de otro”.
Las escaleras crujían a su paso
mientras miraba nervioso a todos lados, rezando para no encontrarse con nadie
en su camino. El papel de las paredes del pasillo se despegaba de la pared,
dejando al descubierto capas y capas de otros papeles, de otras épocas, y los
quinqués de las paredes arrojaban una tenue y vacilante luz que apenas
iluminaba los números de las habitaciones. Pero él no necesitaba verlos pues
sabía perfectamente a dónde se dirigía, y cuando llegó allí, llamó tres veces
con sus nudillos.
—¿Y
bien…? ¿Le hizo usted una visita a nuestro amigo en común? —el viejo soltó esas
palabras con una mirada de desdén a la que ya se había acostumbrado. La misma mirada
que debía soportar cuando cierto tipo de gente le examinaba de arriba abajo,
fijándose en su americana con los codos desgastados, sus pantalones arrugados y
sus zapatos con las entresuelas despegadas.
—Por
su puesto, para eso me contrató —contestó mirando distraídamente un cuadro con
una alegre escena pastoral colgado sobre el cabecero de la cama.
—¿Y
qué tal fue dicha reunión? —interrogó de nuevo el cliente.
—Muy
fructífera —contestó de forma escueta, y alargando la mano le ofreció el mismo
fajo de billetes que días atrás había recibido.
—No
lo entiendo… ¿Esto quiere decir que no lo ha matado? ¿Qué demonios le ha hecho
cambiar de idea?
—Lo
que usted me dijo aquel día: “Todo el
mundo tiene un precio, y si la oferta es buena, siempre hay alguien dispuesto a
mancharse las manos en lugar de otro”.
—¿Y
eso que quiere decir?
—Que
me han hecho una oferta mejor —y dicho esto, sacó el revólver del bolsillo de
su raída americana y disparó una sola vez entre los sorprendidos ojos del
viejo.
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