El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

viernes, 4 de enero de 2013

Compasión



            Un sol ardiente, que en un tiempo fue fiel y deseado amigo, escupía su sentencia sobre la reseca piel del valle. Una piel que era reflejo de la enfermedad que se había llevado hace tanto todo rastro de lo que alguna vez fue hermoso, fértil y lleno de vida, tornándolo en un pedazo de tierra baldía. ¿Existió alguna vez aquello de lo que alguna vez se sintió orgulloso, o acaso fue todo producto de un sueño, fantasía o anhelo de su propia conciencia?

            Recorrió el antiguo curso del gran río, huella ahora apenas visible de la grandiosidad de la vida que rebosaba, casi desbordaba, el pasado de un paraíso terrenal que fue su morada desde siempre, ahora convertida en prisión eterna, infierno descarnado, cruel destino al que fue condenado por los pecados de unos seres, mezquinos en su arrogancia. Su sólo recuerdo provocó un débil temblor en la árida tierra, como el cansado y enfermo rugido de un animal moribundo.

            Observó con asombro y desprecio la esquelética figura, apenas una sombra de lo que fue un hombre, arrastrarse con las pocas fuerzas que albergaba en su escuálido cuerpo buscando infructuosamente una sombra que aliviase su tortura. Se preguntó de dónde habría salido aquella patética criatura y la tierra volvió a temblar con más violencia. La escuálida figura se detuvo y alzó la vista al cielo, al ardiente cielo y bajando la cabeza con resignación comenzó a sollozar, pero continuó su lento y penoso camino, clavando sus dedos en la quebrada tierra.

            La escuálida figura alcanzó el pie del cadáver de un enorme olmo que antaño se erguía orgulloso en el corazón del valle. Ahora lucía como la débil criatura que anhelaba la exigua sombra que arrojaba sus secas ramas. Y apoyada sobre el tronco del árbol se abrazó mientras rompió a llorar desconsoladamente.

            No podía ni imaginarse de qué oscuro agujero podría haber salido aquel patético ser, ni qué razones le habían impulsado a hacerlo. Ni siquiera sabía que aún existieran sobre la faz del planeta alguna de aquellas odiosas criaturas. Su llanto, cada vez más desconsolado martilleaba sus oídos y su endurecido corazón se fue poco a poco resquebrajando. Y entonces también lloró y sintió lástima por aquella frágil figura. Y estando a su lado, el espíritu de lo que una vez fue la Tierra, no pudo por más que rodearle en un piadoso abrazo y compartir con él los últimos suspiros de la existencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario