Enciende el primer cigarrillo de la mañana, aunque su
garganta clama por un merecido descanso. La primera calada le provoca una tos
ruidosa y poco halagüeña y piensa en más de un amigo que desaprobaría ese
liberador acto de sumirse en el aclarador humo que llena las horas muertas que
pasa ante la pantalla del ordenador. Está incumpliendo uno de los
bienintencionados propósitos del año nuevo. Uno más, y van…
Bañado en la resaca de risas, alcohol, mensajes de texto
prefabricados y recuerdos de un año que se ha marchado. Resacoso de la
embriagadora corriente de buenos sentimientos, filosofía del buen rollito
navideño y remordimiento por el recuerdo de aquellos que sólo nos vienen a la
mente cuando llegan estas fechas. El nuevo año brinda una nueva oportunidad de
corregir todos los errores, aunque muchos lo olvidarán cuando pase la euforia
festiva.
El año que se va trajo ilusiones y decepciones,
incertidumbre y respuestas, tristeza y alegrías. Todo encuadernado en una
lujosa edición que en breve pasará a acumular polvo en la estantería del tiempo
pasado, junto a los fascículos coleccionables de toda una vida. Ahora
desenvolvemos, o más bien arrancamos, el papel de regalo y nos encontramos con
un nuevo libro, edición de bolsillo o tapa dura, quien sabe… Y en las primeras
páginas una dedicatoria: “Para los que forjarán las bases de un año
maravilloso”. El resto de las páginas están en blanco.
Apaga el cigarrillo apurando la última calada y se queda
pensativo mirando hacia el techo. En su cabeza se empieza a entretejer una
nueva trama y piensa que hoy es un buen día para empezar a rellenar las páginas
en blanco de la novela de un nuevo año. De esta forma apaga el ordenador y abre la
ventana para que el frío de la mañana le pegue una buena bofetada en la cara.
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