El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

jueves, 24 de enero de 2013

James Dean y el sentido de la existencia



            Se revolvía en las sábanas intentando conciliar el sueño, demasiado excitado quizás para obtener un descanso reconfortante. Tantas ideas rebotando en el interior de su cerebro. ¿Cuánto faltaba para el amanecer? El tiempo se esfumaba en cada parpadeo.

            Se incorporó en la cama y posó los pies en el suelo helado. Al otro lado de la puerta, Eddie Cochran entonaba el estribillo de Summertime Blues a través de los amortiguados altavoces de una gramola y cuando atravesó el umbral de la puerta sus pasos le guiaron a través de un suelo de baldosas blancas y negras hasta la barra cromada del bar.

            Se acomodó en un taburete de cuero rojo y recorrió con la vista el local. En una esquina Peggy Sue mascaba chicle  y jugaba con un mechón de su cabellera apoyada con una mano en la gramola en la que Cochran había dejado su puesto a Buddy Holly. Cuando se giró James Dean secaba con profesional cuidado una taza blanca. Cuando terminó apoyó el paño sobre el hombro y levantando una ceja preguntó:

—¿Que te pongo tío?
—Creo que tomaré un café, necesito reflexionar —respondió examinando sus manos como si fuera la primera vez que las veía.
—Rápido como el viento —dijo girándose sobre sus talones mientras se colocaba un cigarrillo tras la oreja.

            La humeante taza de oscuro líquido prometía reconfortarle de pies a cabeza pero una pregunta luchaba por abrirse paso a través de sus labios.

—Mr. Dean, ¿ha intentado buscarle alguna vez sentido a algo que aparentemente no lo tiene aún cuando para los demás sea algo de lo más normal? —interrogó mientras removía el café con la cucharilla.
—¿Y por qué buscarle sentido a las cosas? El día que se lo encuentres no te diferenciarás del resto —concluyó.

            El actor se quitó el delantal blanco y pasó al otro lado de la barra. Y mientras encendía un cigarrillo y levantaba el cuello de su cazadora roja se giró por última vez sentenciando: “Sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy”. Después se montó en su Spyder y condujo hasta perderse en el horizonte.


            El despertador tronó y su mano se lanzó como un resorte dispuesta a acabar con el insoportable aullido. Regresando poco a poco de las tinieblas de un sueño, se fue incorporando lentamente en la cama frotando pesadamente la cara con sus manos. Luego se incorporó pesadamente sentándose al borde de la cama, y se quedó mirando con gesto ausente a algún horizonte que sólo existía en su imaginación. Eran las seis de la mañana de una nueva jornada que comenzaba, y él regreso de sus ensoñaciones con el firme propósito, al menos por un día, de no buscarle ningún sentido a su tediosa rutina.

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