El escritorio de la trastienda

El escritorio de la trastienda

sábado, 12 de enero de 2013

Soledad



            Mis pisadas resuenan en una calle vacía mientras persigo una sombra de mi imaginación. ¿O acaso la soledad que me rodea desde hace meses ha logrado confundir mi percepción de la realidad? De cualquier forma el mero hecho de tener un objetivo me permite no caer en la desesperación.

            El individuo camina con cierta dificultad, pero a pesar de ese inconveniente, su marcha es constante. Hace tiempo que descarté la idea de correr tras él, pues descubrí que a pesar de imprimir celeridad a mis pasos, él siempre conseguía mantener la distancia sin ninguna dificultad hasta que la presión en mis pulmones ante la falta de resuello me obligaba a sentarme a recuperar el aliento. Y como si de una burla se tratase, la misteriosa figura adoptaba la misma decisión.

            A veces pienso que me hallo inmerso en una pesadilla tan real que anhelo que llegue la noche para dormirme con la esperanza de despertarme en la seguridad de mi cama. Pero eso nunca ocurre, pues la única seguridad que ahora conozco es la que me ofrece el hecho de que el suelo que piso no desaparece bajo mis pies.

            He seguido al individuo hasta una vieja librería. Es extraño, pero ahora que tengo al alcance el objeto de mi persecución, una aprensión me invade cuando le veo al otro lado de la sala. Está sentado de espaldas y creo que está leyendo un libro, cuyas páginas pasa elevando un dedo en el aire de forma teatral. Quizás ese gesto desafiante es el que me impide tomar asiento a su lado e interrogarle sobre está demencial situación en la ambos nos hallamos inmersos.

            Tras lo que me parece un lapso de tiempo eterno, decido buscar acomodo en una vieja butaca de piel desgastada  desde la que puedo seguir observando al misterioso individuo. Justo a mi lado un libro sin título aparente llama poderosamente mi atención y logra que me despreocupe de la figura sentada a varios metros de donde me encuentro. Mis dedos pasan frenéticos cientos de hojas en blanco y sólo al llegar a la mitad encuentro una única página escrita que leo con desasosiego.

            “En una ocasión existió un hombre que un día comprendió que tenía el poder de cambiar su futuro y salió en pos de una titubeante idea que cada día se le antojaba más inalcanzable. Su búsqueda se torno en un viaje a la soledad, pues pensaba que nadie comprendería sus sueños ni sus anhelos.
            En una ocasión existió un hombre que un día tuvo a su alcance aquellos sueños por los que tanto había luchado y se quedó expectante, esperando que alguien le dijera lo que tenía que hacer. El miedo había petrificado su cuerpo y como en una pesadilla intentaba alargar una mano para alcanzar aquello que tanto había anhelado”

            Cierro el libro lentamente y un torrente de ideas inunda mi mente mientras arrojo lejos el polvoriento  objeto. Comprensión, rabia, resignación y un montón de sensaciones recorren mi cuerpo y dejan paso a otro sentimiento aún más profundo. El individuo misterioso se halla sentado ante mí, tan cerca que con tan sólo alargar una mano puedo tocar su rostro, aunque no serviría de nada, pues aquella extraña figura ni si quiera tiene rostro. Y comprendo que ese sentimiento tan profundo que se ha apoderado de mí es miedo. Así que cierro los ojos y empiezo a temblar.

            El sonido del despertador me devuelve a una familiar realidad. Abro los ojos y respiro profundamente intentado atrapar la seguridad recién recuperada. Después de una ducha caliente y reconfortante, desayuno ansiosamente, como si hubieran pasado meses desde la última vez que realicé ese sencillo y necesario acto. 

            Antes de salir echo un vistazo a la imagen del espejo, como si esperara encontrar algún cambio en la persona que me devuelve la mirada. Pero no encuentro nada fuera de lo normal. La misma cara, la misma mirada indolente, la misma sonrisa torcida. Ya sólo queda mezclarme de nuevo con la multitud, y subiendo el cuello de mi abrigo me dejo arrastrar a la reconfortante seguridad de la rutina.

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