Disfrazarse ante el mundo, mostrar quien no eres. ¿Hasta
cuándo aguantará en su sitio la máscara que oculta el verdadero rostro?
Hacer equilibrismo con la realidad, encajar a golpes las
piezas de un rompecabezas. ¿Cuánto tardará en caer al abismo de su propia
realidad?
Se muestra ante un público pétreo, inamovible, y con una
teatral reverencia comienza su actuación. Unas risas enlatadas le sirven de
acicate, pero sabe que están fuera de lugar. No es una comedia lo que está
representando. Es un drama tan real como la vida misma, así que aprieta los
dientes y reza para que acabe cuanto antes y baje el telón. Nadie le conminará
a que salga de nuevo a saludar.
Le hierve la sangre, nadie parece reaccionar. ¿Acaso alguien lo comprende? Ahora les demostrará quién es en realidad. Se clava las
uñas en las sienes y se arranca la piel de la cara, en un intento desesperado
de mostrarles sus miedos, sus ansias,
sus anhelos, pero sólo logra ofrecerles lo superficial. Carne y sangre. No se
puede profundizar en el alma cuando no es el alma lo que se quiere enseñar.
Agoniza en la tarima del escenario, bañado en su propia
frustración y llora desconsolado. Pero la función ha llegado a su fin y no hay
aplausos. Se levanta y abandona el escenario, no sin antes echar una última y
brillante mirada, quizás buscando un gesto de comprensión, pero el público
permanece callado, preguntándose si eso es todo por lo que han pagado. Él sólo
puede sonreír amargamente y encogerse de hombros. Mañana habrá una nueva
representación. Intentará ensayar mejor su papel.
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